Eid al-Adha

 

 

 


A primera hora de la mañana, las calles de Salé están vacias. Esta ciudad, que el río Bu Regreg separa de Rabat, es una amalgama de hormigón en la que el sol de septiembre no deja tregua pero el calor no es el detonante por el cuál los hombres no están tomando té verde con hierbabuena y tres enormes terrones de azúcar en las terrazas.

“Alá es grande”, se repite como un mantra en cada hogar. La abundante sangre corre, salpicando a borbotones con cada espasmo de los corderos. De nuevo otro tajo, más sangre que se agolpa en canaletas teñidas de intenso rojo. El día del cordero, el Eid al Adha, es un día grande para la comunidad musulmana en todo el mundo. Una celebración familiar en el que honrar la misericordia.

La conmemoración del capítulo (recogido tanto en el Corán como en la Biblia) en el que Ibrahim (Abraham para los cristianos), confiando en la palabra de Dios, estuvo a punto de sacrificar a su hijo Ismail (Ismael) con un cuchillo. En su lugar, y en reconocimiento de su fe, Mahoma (o Yahvé) le propuso sacrificar a un cordero, el animal que ofrecido para celebrar la fe de Ibrahim y la magnanimidad y la clemencia de su dios.

Y así hasta degollar a miles de piezas para cumplir con una de las tradiciones que dicta el islam: sacrificar un borrego para recordar la sumisión y la entrega a Dios. Esta celebración tiene lugar al término del peregrinaje anual a La Meca, que va cambiando cada año. Con una duración de dos días, los musulmanes deben unirse con sus familiares y amigos para compartir, además de extender esta acción a los más necesitados como muestra de solidaridad y generosidad.

El sacrificio del cordero debe hacerse, según la tradición, observando el modo islámico, de manera que (al igual que el modo kosher de los judíos) se deguella al animal sin aturdimiento previo. Los hombres son los encargados de ejecutar, mientras las mujeres limpiarán los instestinos que serán comidos en comunidad ese mismo día.

La carne del animal es separada en tercios, una para la persona que obsequia a la bestia, otra para repartir entre sus parientes y el último tercio para los necesitados, independientemente de su religión, raza o nacionalidad.